Como otras muchas familias la historia comienza cuando una pareja de jóvenes enamorados deciden irse a vivir juntos y tener hijos (en nuestro caso hijas, dos).
Hay una parte de nuestra historia que para lo que hoy nos ocupa, carece de importancia. ¿Por qué? Fácil respuesta, porque está llena de esas cosas normales que llena la vida de esas familias normales, la hipoteca, un nuevo trabajo, los suegros, la llegada de un hijo, las navidades, las vacaciones, el paro, los pañales, un regalo sorpresa, muchos besos, algunas penas, nuevos proyectos...
Todo empezó a cambiar hace unos ocho años, cuando nuestra hija mayor entraba en la adolescencia. Se preocupaba más de lo habitual por su aspecto físico, la ropa, el pelo, los chicos...
Esto nos parecía normal dada su edad, lo que ya no era tan normal era la casi obsesiva manía por lavarse las manos, por la limpieza, por no engordar, por no vestirse de negro...
Siempre había sido una niña tranquila, estudiosa, responsable y obediente. ¡Vamos! una hija casi perfecta, de las que uno sueña tener, ¡pues nosotros, la teníamos!
En aquella época su padre y yo trabajábamos fuera de casa y nos repartíamos como podíamos entre el trabajo, las tareas del hogar y nuestras hijas. Quizás tantas ocupaciones nos hicieron pasar por alto algunos comportamientos que de haber estado más atentos nos hubieran preocupado antes.
Algunos amigos de los que no veíamos habitualmente se sorprendían de como había adelgazado la niña, que cambiada estaba. Pero nosotros permanecimos ciegos ante aquellos comportamientos cada vez más obsesivos, ante aquel nerviosismo incomprensible, ante aquellas miradas huidizas y aquellos largos silencios.
Nuestra hija paso, de compartir sus días de colegio con nosotros a la hora de la cena, a no querer cenar con nosotros y a encerrarse largas horas en su cuarto, con los cascos de música en los oídos.
CONTINUARA.....
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