«Antes me preocupaba el qué dirán. Ahora me da igual. Yo soy feliz y sé que soy yo la que controlo mi vida. Ahora, sí». Olga Pérez sonríe. De hecho, no apea la sonrisa ni cuando repasa los momentos más duros de su vida, con desencuentros familiares, parejas que se convirtieron en maltratadoras y soledad. Mucha soledad. La que da la esquizofrenia ni diagnosticada ni tratada, que convierte al enfermo en un 'bicho raro', con comportamientos extraños. En definitiva, en persona a evitar «porque damos miedo y no sé por qué. Somos esquizofrénicos, pero no peligrosos».
La frase la pronuncian, en diferentes momentos de la tarde, tanto Olga como su compañero Francisco Javier García -«llámame Fran»-, con el que comparte no sólo patología, o haber sufrido mucho rechazo -«cuando cumplí los 19 fue muy duro, me llegaron a ingresar en Jove»-, sino también el hecho de que ambos forman parte del proyecto Prometeo. Es una de las ramificaciones de la Fundación Siloé, la gestora de la única Casa del Sida de Gijón, que también ofrece programas para menores en riesgo, para personas con discapacidad y el citado Prometeo, para enfermos de alguna patología mental, con afectación severa y sin recursos.
La base del programa son tres viviendas tuteladas, con capacidad para tres personas cada una, en las que los usuarios cuentan las 24 horas del día los 365 días del año con atención profesional, mientras su tratamiento médico es controlado por el equipo de Salud Mental del Área Sanitaria V.
En los pisos, los usuarios -actualmente seis chicas y tres chicos- tienen que encargarse de las tareas de la casa «puesto que de lo que se trata es de lograr su inclusión social, de que recuperen su autoestima y, en definitiva, su vida», explica Pablo Puente, el coordinador de programas de Siloé. Es una apuesta por unidades pequeñas «donde se ofrece una atención individualizada», lejos de la filosofía de los centros de internamiento, donde «hay una gran falta de privacidad para el usuario». Una visita al piso de Olga evidencia que lo han logrado. Ella, con sus compañeras, han elegido el color de las paredes y las han pintado. Un vivo tono naranja aumenta, aún más, la luminosidad de la sala. Mientras reparte café -«aquí siempre hay una cafetera preparada», explica María García, una de las técnicas de Siloé-, Olga insiste en quitar dramatismo a la enfermedad mental «porque con la medicación adecuada no hay ninguna diferencia entre tú y yo. Hacemos una vida totalmente normal». Fran le da la razón. «Yo antes tenía problemas, pero porque no me habían diagnosticado. Ahora que sé lo que tengo, sé qué medicación debo tomar y con ella no tengo ningún problema. Tengo hasta novia. Una pareja con la que aspira a vivir, en el futuro, en un hogar independiente, cuando concluya el período de 18 meses marcado por Siloé para que Prometeo ofrezca algún resultado. Más cerca lo tiene Olga, que en breve irá a vivir a un nuevo piso compartido con otras amigas, pero sin pareja. «Yo estoy en un momento de mi vida en el que quiero vivir yo, sin pensar en nada más», asevera.
Olga ya tuvo parejas, igual que tiene familia, «con la que no tengo relación», un denominador común a muchas personas con patologías mentales. Fran no habla de su familia pero sí recuerda que la enfermedad le aisló en la adolescencia. «Yo pensaba que se reían de mí y ahora sé que quizá no lo hacían, pero la esquizofrenia hace que veas cosas que quizás no ocurren».
Ni locos, ni delincuentes
Olga reconoce que ahora identifica los síntomas «y, por ejemplo, si entro en una cafetería y la camarera no me atiende no pienso es que algo personal, es porque no me ve». Fran, a su vez, ha logrado que le dé igual que le miren. «Yo también miro», apostilla.En sus pasos para lograr una vida independiente, ambos reclaman respeto, mucho respeto. «Ni somos locos ni somos delincuentes», insisten, una frase que refrenda al instante la directora de la fundación, Susana González, quien recuerda lo que dicen las estadísticas: «En proporción, hay muy pocos delitos cometidos por personas con esquizofrenia. Quizá son más escandalosos, pero no son la mayoría». Quizá, añade, «hay más de los que hacen algo malo y luego dicen que están locos. De estos hay muchos y tampoco hay derecho», protestan Olga y Fran.
Los dos se muestran satisfechos con su evolución, por lo que no sólo posan para la foto sino que muestran su deseo explícito de que figuren sus nombres y apellidos. «No tenemos nada de qué avergonzarnos», dicen. Tanto María García como Begoña Pruneda, miembro del equipo técnico de Siloé, destacan la necesidad de dar visibilidad al problema. «Hay muchas personas sin recursos y con problemas mentales. Estas viviendas son muy útiles para evitar su exclusión».
En Prometeo, explican, no sólo se ofrece vivienda y tratamiento, sino que los usuarios comienzan a formarse «para encontrar empleo». Fran se ha convertido en un experto cocinero. «Me salen unas lentejas riquísimas», dice. Y Olga tiene en su currículo hasta cursos de fontanería. Ahora no será la primera en salir hacia una vivienda autónoma. También comenzará a trabajar en Siloé; de momento, de voluntaria «pero remunerada, porque tengo una casa que pagar».
Harían falta más iniciativas como esta de la fundación Siloé, me ha encantado el articulo, porque los enfermos mentales también tienen derecho a un hueco en nuestra sociedad. De hecho, vamos encaminados a una sociedad estresante, en la que cada vez las enfermedades mentales afectan a más personas. Hay que desmitificar la enfermedad mental, un enfermo mental NO es un asesino en potencia. Pueden tener una vida normal y plena, si todo el conjunto de la sociedad nos esforzamos para ayudarles y respetarles.
ResponderEliminar